Hoy es 31 de agosto, fecha que en San Sebastián tiene un significado especial. Por ser la fecha en que todo terminó para comenzar de nuevo. Es la fecha del antes y el después.
Nos situamos al final de la guerra de Independencia. En 1.813, las tropas francesas se hallaban en plena retirada y acantonados en San Sebastián, cuando los esperados aliados ingleses y portugueses, a cuyo mando estaba el Duque de Wellington, asaltan, arrasan e incendian la ciudad, quedando en pie pocas calles. Una de ellas, la de la Trinidad, pasó a llamarse 31 de agosto.
Días más tarde, después de tanta destrucción, los supervivientes reunidos en el barrio de Zubieta, deciden reconstruir la ciudad, dando paso al comienzo de la modernización y futuros Ensanches.
Es una versión muy reducida y breve de lo ocurrido. Dentro de dos años se celebrará el Bicentenario y mientras llegan los homenajes correspondientes, cada año este día, se celebra en la Parte Vieja una pequeña representación del asalto a la ciudad, con las tropas desfilando, el asalto de la ciudad, etc. A la noche en la calle 31 de Agosto, se apagan las luces de la calle y se encienden 3.000 velas recordando a las víctimas del incendio.
De las cenizas del incendio surge una nueva ciudad, con nuevas estructuras urbanísticas, nuevas leyes y normas; siendo las bases de lo que ahora es el centro de San Sebastián. Algo que fue negativo, trajo cambios y transformó la ciudad.
Quizá esta comparación no sea la más adecuada; sin embargo, la aplico también para mi. Siempre he intentado sacar lo mejor de mi misma y de la situación aunque ésta fuera dura, difícil o complicada. La adversidad nos ayuda a crecer, a avanzar, a ser creativos, a mirar dentro de nosotros mismos y encontrar unos valores que no sabíamos que teníamos.
Una pérdida en la vida ya sea por la muerte de un ser querido, quedarnos sin trabajo, sin amistades, una ruptura amorosa, etc., trae dolor, tristeza, amargura, pena pero también conlleva pasado el bloqueo inicial, fuerza, seguridad, encontrarnos a nosotros mismos, evolución y crecimiento personal.
Cuando hoy encienda mi vela, no sólo será por el recuerdo de aquellas muertes, sino por todas las pérdidas y cambios que ha habido en mi vida, y por la luz que hay y habrá en ella. Aún en los momentos más oscuros y tristes, la luz siempre está ahí, aunque nos cueste verla. Y por qué no encender una vela en recuerdo de esa luz que todos sentimos dentro y que nunca nos abandona.
El mandala de la foto es mío, y se llama Mandala Luz.