El domingo pasado a la tarde, mientras daba una vuelta por el Paseo Nuevo, rodeando a Urgull, viendo el mar embravecido, escuchando el sonido de las olas al saltar sobre el muro contra el suelo y la carretera, las gaviotas volar por encima mío, sintiendo sobre la cara la espuma de las olas como si se tratara de una fina lluvia salada, perdiéndome en el azul verdoso y grisáceo del mar, me sentía feliz.
Miré hacia Igeldo, y vi que estaba desapareciendo tras unas nubes bajas y al momento pensé, en dos minutos llega la lluvia. En cuanto llegue a la escultura de Oteiza tengo que abrir el paraguas. No me equivoqué, aunque tampoco era difícil. Seguí disfrutando del paisaje, de la gente que paseaba a mi lado, de los verdes, grises y azules que me rodeaban.
Bajé por las escaleras del Aquarium que llevan al Puerto y me quedé un ratito admirando la vista que estaba al frente. Aparecía el muelle con sus barcos, la bocana de entrada al puerto, al fondo el Ayuntamiento, las casas de la Parte Vieja, el Naútico, parte de la playa de La Concha.... La escalinata enmarcaba una foto virtual. Daba igual que lloviera, era bonito y sentía paz.
Seguí mi ruta, un cortado en Bideluze. A pesar de estar lleno de gente, había alegría, hacía calorcito y encontré un taburete donde sentarme. Saludé a los camareros y volví a ponerme en marcha. Estaba cansada y volvía a casa.
Enfrente de donde vivo hay dos pastelerías, entré en una de ellas a por un capricho que me doy de vez en cuando, una palmera de chocolate. Entré, a simple vista no las encontré y pensé que se habían terminado. A la mañana había sido el desfile infantil de la tamborrada y supuse que había desaparecido con rapidez.
Por si acaso le pregunté al dueño si quedaba alguna. Sí, quedaba una. Mmmm, para mi. Se me ocurrió decir, que la palmera me estaba esperando, que era para mi; y por supuesto, que me sentía afortunada por ello. Él me miró, y sonriendo me dijo, que era afortunada en el amor, con las palmeras y que no sabía si también en el juego.
Soy lenta procesando y pensé si había escuchado lo que creía haber entendido. Pero sí, no había equivocación. ¿De dónde habría sacado y llegado a esas conclusiones? Es un misterio aún sin resolver.
Sonriente me dirigí a él, sabiendo que no intentaba ligar, ni coquetear conmigo, le dije que afortunada en el amor no era, al menos de momento; en el juego tampoco pero estaba claro que con las palmeras de chocolate si. Añadí que me siento una afortunada de la vida, no me quejo, disfruto todo lo que puedo y doy gracias por ello. He aprendido o estoy en ello, a dejarme llevar por la vida, a dejarme sorprender por ella, a quedarme con lo bueno y a aprender de lo malo. No está nada mal. Aunque si a esto añadimos los extras, es decir, que aparezca el príncipe azul real, tampoco es para decir que no.
Realmente pensé, ha sido un día redondo y además de postre, una palmera de chocolate. ¿Se puede pedir más?
Cambiando de tema, este sábado voy a Bilbao donde pasaré consulta. Si a alguno le apetece animarse a estar conmigo, sólo tenéis que apuntaros, mirar en la barra de arriba del blog, donde pone Consultas y contactar con Marta a través de su correo electrónico quién os dará toda la información que necesitéis.
La imagen de la foto es de un mandala mío.